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El silencio que nos define
Nadina Rivas
junio 26, 2019

Esas niñas, aunque han sido rotas, permanecen intactas en su esencia; y, con la ayuda idónea y sostenida en el tiempo, pueden recuperarse y sanar.

El silenciamiento es una de las terribles consecuencias de la violencia sexual en la vida de niñas y mujeres. Aprendemos, bien pronto, a creer que el acoso y los abusos físico y sexual son responsabilidad nuestra. Y por eso callamos en una espiral de vergüenza en donde los abusadores viven libres, sin responsabilizarse de sus actos para continuar depredando a otras.

La violencia se fortalece a través del silencio

La violencia está tatuada en los cuerpos y mentes de las niñas, jóvenes y mujeres; y esa huella es transmitida a sus hijos, proyectos y sueños. La violencia permea sus vidas y las de las personas a su alrededor. Y así, construimos una sociedad que es incapaz de romper ese ciclo que se refuerza a través de las historias no contadas, del silencio y la vergüenza que colocamos sobre las víctimas.

El Fondo de las Naciones Unidas (UNFPA) a través de su publicación “¿Sin opciones?” ha dado voz a 14 jóvenes que encontraron en el suicidio una salida al abuso extremo que sufrieron en sus cortas vidas. Ellas son: Lucía, 17 años; Blanca, 19; Mirna, 16; Sandra, 15; Sonia, 20; Inés, 29; Marcela, 18; Paola, 16; María, 22; Verónica, 18; Laura, 20; Margarita, 16; Ana, 18; Marta, 19. Todas, utilizaron mata ratas o pesticidas para huir del mundo hostil en el que vivieron. Todas, víctimas de abuso por familiares, jefes o pandilleros; explotadas sexualmente, violentadas, rechazadas, denigradas, aún por sus propias familias. Todas, silenciadas.

La violencia está tatuada en los cuerpos y mentes de las niñas, jóvenes y mujeres; y esa huella es transmitida a sus hijos, proyectos y sueños.

Aunque ellas ya no estén entre nosotros, contar y honrar sus historias, es la única forma de resarcir, un poco, el daño que las orilló al suicidio. Y de paso reducir la distancia entre sus vidas y las nuestras.

Historias comunes

La historia de Lucía inicia cuando huyó del maltrato de su madre, a los 7 años. Vivió en diferentes casas con familiares o vecinos. De adolescente consiguió un trabajo por 3 dólares diarios. Se suicidó, sin que nadie supiera de ella. Estaba embarazada de 3 meses. Su madre no fue al funeral.

Esta es solo una de las historias, pero lamentablemente representa un patrón común. Niñas maltratadas, que crecen sin posibilidades ni sueños. Que son violentadas y de esa violencia generalmente quedan embarazadas. Sin opciones. Esas 14 jovencitas creyeron que solo suicidándose tendrían salida de ese ciclo macabro. Los hombres, siempre ausentes. Siempre libres.

Como mujer, acompaño las almas de esas 14 niñas, y no tengo miedo a llorarlas, a sentir rabia, a indignarme, a buscar profundamente en nuestra historia las razones de esa violencia extrema

Estas 14 historias son el presente. Pero atrás de ellas hay siglos de violencia y abuso sexual de las niñas salvadoreñas. Finalmente, estamos despertando de una pesadilla que ha marcado la vida de cientos de miles, sino millones, de mujeres en el país, y también en el mundo. Este flagelo permea los hogares de forma silenciosa. No conoce de clases. Pero se ensaña con niñas pobres y sin educación.

Hasta hace muy poco hemos vivido obviando lo incómodo de esas historias. Pero eso ya no es posible. Como mujer, acompaño las almas de esas 14 niñas, y no tengo miedo a llorarlas, a sentir rabia, a indignarme, a buscar profundamente en nuestra historia las razones de esa violencia extrema. Creo que solo haciéndolo avanzaremos, lentamente, hacia la sanidad mental, emocional y espiritual que tanto necesita este país.

Rompiendo una patrón dañino

Es urgente romper con ese patrón de violencia, con la creencia de que los hombres pueden disponer a su antojo del alma y del cuerpo de las niñas, niños y mujeres. Para hacerlo necesitamos entender el impacto y la huella que la violencia sexual deja en los cuerpos y en las mentes de las personas. Reconocer el problema y acercarnos, aunque duela. Entender que esas niñas, aunque han sido rotas, permanecen intactas en su esencia; y que, con la ayuda idónea y sostenida en el tiempo, pueden recuperarse y sanar. Necesitamos vernos en ellas, porque de ellas proviene la vida. Las niñas son las futuras madres, profesoras, doctoras, técnicas, políticas, emprendedoras, artistas, escritoras, soñadoras. Ellas son la vida de este país.

Esta nota fue publica originalmente en la Revista Séptimo Sentido de La Prensa Gráfica y puede ser leída aquí

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