Seleccionar página
¿A cuál de las voces que te habitan escuchas más?
Nadina Rivas
marzo 30, 2022

No me voy a cansar de decirte que somos seres complejos. Que nuestro cerebro, a veces, puede meternos en historias poco constructivas y que no sabe distinguir entre pasado, presente y futuro. Y que por eso es vital que conectemos con nuestros cuerpos y nuestras emociones para que utilicemos las señales que nos envían – malestares, dolores de cabeza, sensaciones entre el pecho y el estómago, placer, disfrute, tranquilidad, etc.– como un termómetro que nos facilite detenernos, descansar, reflexionar o avanzar. 

El modelo económico actual nos ha enseñado que debemos estar en modo productivo todo el tiempo, y que descansar es una pérdida de tiempo. Por eso cuando nos agotamos y descansamos, nos sentimos culpables.

El cuerpo se desgasta, el sistema nervioso también y, con el paso del tiempo, el trabajo intenso y el estrés crónico, pasan factura. 

 

¿Cómo procesamos la vida?

Las personas recibimos señales de nuestros centros de procesamiento (cerebro, corazón, estómago). Estos nos ayudan a reconocer cuando tenemos la batería cargada para avanzar con nuestras tareas o desafíos, o cuando necesitamos alimento, descanso, o distracción. Sin embargo, debido a esa creencia de que una persona “solo vale por lo que hace o por lo que tiene o por cómo luce”, hemos aprendido a ignorar esas señales. Nos sentimos mal si decidimos escucharlas, porque la voz del colectivo es “el trabajo dignifica”; “el trabajo te distrae”, “el trabajo te hace valiosa”. 

La verdad es que una mente y un cuerpo que no balancean trabajo y descanso, no pueden responder adecuadamente a las demandas diarias, mucho menos a los desafíos más complejos que nos presenta la vida. 

Las autoras del libro “Burnout”, Emily y Amelia Nagoski, nos recuerdan que “estamos diseñadas para oscilar entre el trabajo y el descanso. Cuando permitimos esta oscilación, la calidad de nuestro trabajo mejora, junto con nuestra salud”. 

 

Las voces internas y el estrés

Hace algunas semanas, estuve sobrecargada de trabajo y con poco espacio para descansar. Me dí cuenta que estaba “quemada” (burnout) cuando no lograba pensar con claridad y se me olvidaban las palabras, sentía mi cabeza como llena de aire y cualquier situación, aún la más simple, me generaba frustración y enojo. 

Empecé a sentir angustia y fue a partir de ese momento que aparecieron esas voces internas y generaron un diálogo saboteador que robaba la poca energía que me quedaba. 

Esas voces no son nuevas para mí. Las he escuchado, entendido y aprendido a gestionar. Ellas son:

La niña herida. 

Ella teme ser visible, desea estar sola y lucha por evitar la exposición, porque creció creyendo que ser invisible era más seguro. 

La mujer joven. 

Ella es una perfeccionista, autoexigente, y cree que tiene que “darse” completamente a los demás para ser apreciada y valorada. Ella creyó que a través del trabajo intenso y la hiper-responsabilidad, ganaba control sobre su vida. Lo que no entendió es que al permanecer “encendida” y disponible para otros todo el tiempo, se agotaba y ese cansancio la llevó a protegerse a través del enojo y la agresividad. 

La mujer adulta. 

Ella es la sabia de este trío, la que siempre está y ha estado presente impulsandome a sanar y a entenderme. Es quien le enseña a la niña y a la joven que pueden sentirse seguras y que merecemos descansar; que podemos ser visibles para crecer juntas y también para hacer crecer nuestros proyectos. Ella es la guardiana, la Mujer Sagrada. Y es a la que he aprendido a escuchar más, aunque ponerla al volante de mi vida suele ser desafiante, debido a que su voz es suave, estable, segura. Pero si no me detengo, puede ser difícil escucharla. 

 

Viejos patrones

El estrés llegó y no lo supe gestionar. Me sucede más seguido de lo que quisiera. Los viejos patrones toman tiempo para desarticularse. No escuché las señales y dejé que liderara la mujer joven e hiper-responsable. 

Y frente al agotamiento empezó una lucha interna. La niña gritaba y pedía que nos volviéramos invisibles. La joven, quería hacer más en su afán por ganar control. El cuerpo fue mi guía. El dolor de cuello y de espalda, sumado a una tensión en mi estómago y una sensación de desesperación que provenía de mi pecho, me gritaron claro que necesitaba poner un ALTO. 

Finalmente, la mujer sabia tomó distancia y observó. 

Ella ha tomado decisiones que, una vez más, me tocará llevar a la práctica. Porque el entendimiento sin acción, sirve de muy poco. 

Te comparto 5 decisiones para el bienestar:

  • Estar consciente de ideas y narrativas que solo ocupan energía y no contribuyen en nada más que en mi propio desgaste. Ideas o creencias del tipo: “necesito hacerlo perfecto”, “esto no puede fallar”, “debo estar centrada para todas”, reducen mi capacidad de sostener-y-soltar, ese fluir tan necesario cuando se acompaña a otras personas. 
  • Decir NO más seguido. Dejar el temor a rechazar proyectos que, aunque suenen interesantes, no están alineados con lo que estoy construyendo en este momento. Solo en este reciente episodio de estrés y cansancio extremo, cancelé 4 situaciones que no eran relevantes, pero que ocupaban mi energía. 
  • Limitar las horas dedicadas al negocio. Mi trabajo me encanta, lo disfruto y me apasiona; sin embargo, puedo pasar horas y horas sentada frente a la computadora conectando, creando, escribiendo. Ese exceso de trabajo, por más que lo disfrute, es dañino para mi bienestar físico, mental, emocional y espiritual. El trabajo no puede ocupar todo el espacio de una persona. 
  • Comprometerme con más tiempo libre, descanso, y distracción diaria. Esto incluye, para mí meditar, caminar y practicar algún tipo de ejercicio. 
  • Atención a la salud y la alimentación como una forma para mantener mi energía balanceada. 

 

Si llevas algún tiempo aquí, ya habrás leído otras historias mías sobre el estrés crónico, como en el 2020 que me dediqué a ofrecer webinars y cursos abiertos hasta que me quemé, una vez más. 

Ser complaciente, perfeccionista y estar para los demás antes que para mí, son patrones que aprendí de pequeña y que, a pesar de todo el trabajo personal que he hecho en las últimas décadas, continúan presentes en mi vida. Con la ventaja de que ahora soy más consciente de ellos y también tengo herramientas a mi disposición para gestionarlos. 

La idea de que alguna vez nos libraremos de esos patrones tóxicos, es natural y deseable. Pero es más real e inteligente, reconocer nuestras historias personales y cómo estas han impactado en nuestro mundo interno y por lo tanto también en el externo. Estar conscientes de que están ahí, no ignorar esos patrones y aprender herramientas para su gestión, es el camino más efectivo y, sobre todo, amoroso para cualquiera que los padezca. 

Cuéntame, ¿reconoces esas voces que te habitan? y ¿cómo autogestionas tu mundo interno?

 

La incomodidad de sentir

La incomodidad de sentir

Tengo una amiga muy querida que está viviendo un proceso de enfermedad-sanidad, bien difícil. Una operación radical y varias quimioterapias.  Hemos sostenido algunas conversaciones y llegué a...

leer más
El juego de ser adulta

El juego de ser adulta

De acuerdo a la psiquiatra Marian Rojas Estapé la voz interior se forma principalmente en la infancia y se basa en cómo nos tratan y nos hablan nuestras figuras de apego (papá, mamá, cuidadores)....

leer más