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Límites: incómodos, pero necesarios
Nadina Rivas
febrero 14, 2018

 

En la medida que cada uno reconoce su rol, su responsabilidad y dónde empiezan y terminan sus límites y los de los demás, las relaciones se vuelven más sanas y constructivas.

Los límites personales son una especie de barrera imaginaria que nos ponemos a nosotros mismos y a otros para proteger y dividir ciertos aspectos de nuestra vida. Por ejemplo un límite en la familia sería el espacio que le solicitamos a los demás miembros cuando deseamos estar solos. En el trabajo, sería solicitar que se respete el horario establecido y evitar asignaciones fuera de las horas habituales o hacerlo únicamente para casos de emergencia.

Los límites nos permiten ejercer nuestro poder personal hacia nosotros mismos y hacia otros; y al mismo tiempo nos facilitan gestionar nuestros espacios, horarios, emociones, entre otros aspectos de la vida cotidiana.

La necesidad de pertenecer versus límites personales

Es importante reconocer que vivimos en grupos de diferente tipo y que el ser humano aspira a pertenecer, ya sea a una familia, a amigos, a grupos de interés o pasatiempos, a un país, a un trabajo, entre otros. Ese cúmulo de asociaciones da sentido a la vida de una persona, y le ofrece marcos desde donde actuar y pertenecer.

Pertenecer es un acto social importante, sin embargo, también lo es ejercer  límites saludables. Estos contribuyen a establecer un sentido de control y gestión sobre nosotros mismos y nos genera espacios desde donde podemos, en la intimidad, reflexionar, evaluar y realizar ajustes a nuestros comportamientos o simplemente descansar de la actividad extrema.

El problema más común es que muy pocas veces un individuo reconoce cuáles son sus propios límites.

Por ejemplo, un límite sería declinar a una actividad con tus amigos simplemente porque has tenido mucho trabajo y sientes deseos de quedarte en casa todo el fin de semana, ya sea para realizar tareas personales, como arreglar la ropa, sembrar plantas, escribir, dormir o solo para enrollarte entre las sábanas. Eso es una decisión saludable, en la que reconoces lo que necesitas en ese momento y lo actúas, sin tener que explicar a nadie; o, informas lo que te sucede únicamente a tus relaciones más relevantes para que comprendan por qué estas más callado de lo usual, o por qué quieres estar solo.

Cómo establecer límites a uno mismo

Estamos tan acostumbrados a decir que “si”, a evitar el conflicto y a complacer a los demás, que ni siquiera nos preguntamos cuáles son y dónde están nuestros límites. Para identificarlos es importante dedicarse tiempo a solas y reflexionar acerca de ellos. Conocerlos es el primer paso para poder ejercerlos con nosotros y luego con los demás.

Personalmente sé que no los estoy utilizando cuando me siento demasiado cansada, o me siento molesta con alguna persona sin razón aparente, o cuando siento frustración. El cuerpo se encarga de mostrarnos, con malestares menores, cuando no estamos haciendo uso de nuestros límites, sin embargo muy poco prestamos atención a esas pequeñas pistas.

Me suele suceder que cuando no he agendado tiempo para meditar o escribir en mi diario y solo me he dedicado a atender reuniones de trabajo o sociales, llega un momento, al cierre de la semana, en el que siento incomodidad y una especie de “campanita” que me dice “necesitas parar”. Cuando logro escucharla y me doy cuenta que ya es hora de ponerle límites a la sobre actividad, reviso mi agenda y declino las actividades que puedo, y busco un espacio solo para mi. Al hacerlo me relajo, descanso y regreso renovada y con ideas nuevas a mis actividades; y sobre todo vuelvo de buen humor.

Cómo establecer límites a otros

Decir que “no”, cancelar actividades, rechazar responsabilidades que sabemos no nos corresponden, es difícil, incómodo, pero necesario. Los límites son una muestra de respeto para nosotros mismos pero también para los demás. Cargar con las responsabilidades de otros no es saludable, aunque sea muy común. En la medida que cada uno reconoce su rol, su responsabilidad y dónde empiezan y terminan sus límites y los de los demás, las relaciones se vuelven más sanas y constructivas.

Una persona que sabe cuando ser honesto consigo misma y comunicarlo de manera asertiva al resto, se gana el respeto de los miembros de su tribu.

Cuando se siente incomodidad y dificultad al expresar un límite significa que se está saliendo de la zona de confort y abandonarla nunca es fácil. Porque los individuos nos acostumbramos a las situaciones, a los deberes, a los estándares, aunque ellos hayan dejado de ser útiles y aunque nos provoquen malestar y frustración. Al principio será complicado decir que “no” o devolverle la responsabilidad de una situación o actividad a quien corresponde, pero se debe sobrepasar la incomodidad y el miedo al rechazo, porque las relaciones donde se practican límites saludables y donde todos los miembros los reconocen, son más organizadas, efectivas y saludables, pero sobre todo más respetuosas. Además, una persona que sabe cuando ser honesto consigo misma y comunicarlo de manera asertiva al resto, se gana el respeto de los miembros de su tribu.

 

 

 

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