Hace más de diez años me encontraba en uno de mis múltiples procesos de transformación. Había construido mi identidad alrededor de la profesión que ejercía y eso limitaba mis posibilidades para crear e innovar en mi vida personal.
Empecé a contemplar la idea de emprender, llevaba en el mundo corporativo por lo menos 15 años. El primer paso fue buscar en Google un modelo de plan de negocios. Luego utilizar la herramienta de autoconocimiento que me ha acompañado buena parte de mi vida: escribir a mano.
El miedo
Recuerdo que llegué a un punto en el que estaba lista, pero el miedo era una emoción permanente y paralizante que escondía porque mostrarlo, en ciertos ámbitos, era percibido como un signo de debilidad. Pero la sabia en mí, esa voz suave que siempre ofrece la indicación correcta me dijo que debía acercarme al miedo y conversar con él.
La crisis de deshumanización o esa incapacidad de experimentar empatía proviene precisamente de evadir las emociones. Al hacerlo nos disociamos de la realidad y de la vida.
El miedo se comunicó claramente. Me urgió a preparar un fondo de emergencia para los primeros meses de operación, pagar la mayor parte de las deudas contraídas y buscar opiniones de potenciales clientes para validar mi idea.
Una vez lo escuché perdió fuerza y la parálisis desapareció.
Huimos de las emociones incómodas y nos asusta la fuerza que traen consigo. Porque, ¿quién no ha experimentado la energía de la rabia que moviliza todo a su paso o la sensación de congelamiento cuando la tristeza se estaciona en nuestra vida?
Marc Brackett, director del Instituto de Inteligencia Emocional de la Universidad de Yale, señala en su libro “Permiso para sentir” que hace 40 años la mayoría de los psicólogos veían a las emociones como si fueran “ruido extraño, estática inútil”.
Inteligencia Emocional
Fue hasta 1990, hace apenas 30 años, que el término Inteligencia Emocional fue introducido por Peter Salovey, profesor de psicología y actual presidente de la Universidad de Yale, y Jack Mayer, profesor de psicología de la Universidad de New Hampshire; y tan solo 25 años atrás que Daniel Goleman publicó su libro “Inteligencia Emocional” y popularizó el concepto.
Brackett señalan que “las emociones y los estados emocionales juegan un rol esencial en los procesos de pensamiento, juicio y comportamiento”.
El propósito de nuestras emociones
Además, el autor indica que nuestras emociones impactan en cinco áreas, principalmente:
- Hacia dónde dirigimos nuestra atención “qué recordamos y qué aprendemos”.
- En la toma de nuestras decisiones.
- Con nuestras relaciones sociales.
- En nuestra salud; y finalmente
- La creatividad, la efectividad y el desempeño.
Aprendimos que las emociones son un estorbo o que una persona “muy emocional” no es confiable y además es poco productiva. Muchos todavía creen que las emociones “son cosa de mujeres”. He escuchado a hombres expresar que “las mujeres están diseñadas para ser el sostén emocional y los hombres el sostén económico”, afirmación que les evita asumir la responsabilidad de su vida emocional y la conexión con sus principales relaciones.
Cuando evadimos las emociones y las sensaciones asociadas a ellas nos disociamos de la realidad, dificultando la posibilidad de conectar con otros y al no hacerlo nuestra comunicación y liderazgo son inefectivos.
Ahora es reconocido entre científicos de las neurociencias, psicólogos e investigadores de las inteligencias humanas, que las emociones y el buen juicio o cognición trabajan de la mano para generar procesos sofisticados de creación de información y toma de decisiones efectivas.
La crisis de deshumanización o esa incapacidad de experimentar empatía proviene precisamente de evadir las emociones y las sensaciones asociadas a ellas. Al hacerlo nos disociamos de la realidad y de la vida, dificultando la posibilidad de conectar con otros. Y al no hacerlo nuestra comunicación es inefectiva y por lo tanto también lo es nuestro liderazgo.
Bracket es enfático al concluir que las emociones “poseen un propósito extremadamente práctico: aseguran nuestra sobrevivencia. Nos hacen más inteligentes. Si no las necesitáramos ellas no existirían”.